miércoles, 21 de julio de 2010

La pedagogía del encuentro

LA PEDAGOGIA DEL ENCUENTRO:
DESDE LA EXCLUSIÓN A LA INCLUSIÓN
PEDAGOGIA DE LA SOLIDARIDAD


+ Juan Luis Ysern de Arce
Obispo Emérito de Ancud
Presidente de Caritas Chile

Concepción, 31 Agosto de 2007


Mirada General

Al comenzar considero necesario hacer dos aclaraciones para el mejor entendimiento de lo que vamos a exponer. Una es sobre la “pedagogía” y otra sobre el “encuentro”.

Al hablar aquí de “pedagogía” nos estamos refiriendo a la actitud que debemos mantener para ser permanentemente estímulo para que los demás puedan descubrir y desarrollar las cualidades y dones que tienen en orden al pleno e integral crecimiento como personas.

Por “encuentro” estamos entendiendo la comunión como tarea y proceso permanente cuyo nivel y estado último lo alcanzaremos y viviremos en el Cielo, en la plena comunión con Dios y con los hermanos y cuya dimensión humana es tarea de toda persona.

Pedagogía

Introduciéndonos un poco más en el tema de la pedagogía como actitud estimuladora y el encuentro como proceso de comunión podemos darnos cuenta de que la persona que practica esta pedagogía es la persona que es libre de verdad y, por ello mismo, es también liberadora. Por otra parte, nos damos cuenta de que el encuentro de personas como comunión está significando un proceso de verdadera comunicación con todo lo que esto conlleva de entrega personal y de acogida al otro, a los demás.

La persona libre es la que ha roto las cadenas que la esclavizan y que no dejan de hacer el bien que hay que hacer. No es persona libre la que se deja conducir por el egoísmo. Este es un punto en el que se debe poner especial atención ya que, en el ambiente dominante de nuestros días, se coloca el fundamento de la libertad en el “yo” y no en el “nosotros”, lo que genera una muy grave distorsión del sentido mismo de la libertad puesto que el sentido de la libertad es la comunión y no la soledad a la que llega quien, centrado en su “yo”, no sabe querer a nadie y nadie lo quiere a él. Es en el “encuentro”, en la convivencia armónica y fraterna, donde cada uno puede realizarse como persona.

El auténtico pedagogo, la persona libre que vive la libertad fundamentada sobre el “nosotros”, da vida a la realidad relacional de la persona humana ya que la persona no está hecha para la soledad sino que está hecha a imagen de Dios que es comunión.

La persona libre, al mismo tiempo que se hace entrega para el otro, se hace también acogida del otro con lo que se convierte en estímulo liberador del otro. La persona libre que sabe vivir su identidad personal se convierte en invitación para que la otra persona rompa sus cadenas y entregue lo que es propio de ella según su diversidad con relación a la primera.

Al abordar ahora “nuestra pedagogía en el camino del encuentro, desde la exclusión a la inclusión”, lo que buscamos es hacer real la convivencia fraterna y solidaria, para lo cual tendremos que hacer real nuestra respuesta cada día más clara a varias necesidades, tales como:

1. Necesidad de aprender a escuchar
2. Necesidad de aprender a ponerse en el lugar del otro
3. Necesidad de aprender a descubrir a los que no tienen voz
4. Necesidad de aprender a estimular el protagonismo de cada persona
5. Necesidad de aprender a descubrir lo que hay de positivo en la realidad
6. Necesidad de aprender a descubrir las causas de la marginación y promover su eliminación.
7. Necesidad de aprender a caminar con creatividad


Lo dicho ya nos hace ver la íntima relación entre la pedagogía y el encuentro. Hemos visto la pedagogía como el proceso de la libertad que se fundamenta sobre el “nosotros”. Pero esto mismo no es otra cosa que un proceso de comunicación como camino para la comunión. Identidad, alteridad, comunidad adquieren su pleno sentido. El encuentro de la identidad de cada persona con la alteridad de la otra produce la comunidad.

Cuando hablamos de “comunidad” en la que se vive el “encuentro de la comunión” es evidente que se ha de entender según diversos niveles o tipos de comunidad. Comunidad matrimonial, familiar, educacional, laboral, vecinal, ciudadana, universal (familia humana). Cada una tiene sus características, pero en todas debe hacerse real la comunicación, de alguna forma, como camino del encuentro.

Los creyentes sabemos que esto es posible y que en cada una de esas comunidades debemos vivir y reflejar la comunión eucarística que ya nos hace saborear la comunión escatológica que esperamos.

Si tenemos en cuenta lo que venimos diciendo podemos entender con facilidad el sentido de la “exclusión” y de la “inclusión”.

En la medida que nos dejamos arrastrar por el egoísmo, buscando nuestros propios intereses, nuestro placer, nuestra ambición, etc., nos olvidamos de los demás. Cada uno va por su lado, se produce la dispersión. Por este camino los que sacarán más provecho serán los poderosos. Aunque los bienes que Dios ha hecho para que podamos vivir son de todos, no obstante son los poderosos quienes se apoderan de ellos, quedando otros muchos debajo de la mesa de la vida, que no son tomados en cuenta para nada. Estos son los excluidos.

Los Obispos reunidos en Aparecida señalan rostros concretos de excluidos de la convivencia marcada por la globalización del mercado. Nos dicen así: “La globalización hace emerger en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres. Con especial atención y en continuidad con las Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los rostros de los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados, víctimas del tráfico de personas y secuestros, desaparecidos, enfermos de HIV y de enfermedades endémicas, tóxicodependientes, adultos mayores, niños y niñas que son víctimas de la prostitución, pornografía y violencia o del trabajo infantil, mujeres maltratadas, víctimas de la violencia, de la exclusión y del tráfico para la explotación sexual, personas con capacidades diferentes, grandes grupos de desempleados/as, los excluidos por el analfabetismo tecnológico, las personas que viven en la calle de las grandes urbes, los indígenas y afro-descendientes, campesinos sin tierra y los mineros. La Iglesia con su Pastoral Social debe dar acogida y acompañar a estas personas excluidas en los ámbitos que correspondan” (A. 402).

Los mismos Obispos nos recuerdan e insisten en la inseparable relación de Cristo con los pobres y nos explican el profundo alcance de la opción preferencial por los pobres. Nos dicen: “Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: ‘Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo’ (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: ‘Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico ‘ilumina el misterio de Cristo’ (NMI 49). Porque en Cristo el Grande se hizo pequeño, el Fuerte se hizo frágil, el Rico se hizo pobre” (A. 393).
Los creyentes tenemos a Cristo como centro de nuestra vida y lo hacemos celebración en la Eucaristía. Si tenemos presente lo que nos dice Aparecida, no podemos entender nuestra comunión con Cristo si no se vive junto con el permanente proceso de inclusión de los excluidos, para construir entre todos la convivencia fraterna de los hijos de Dios.
Esta labor de inclusión es también un deber para toda persona humana por el mismo hecho de ser persona cuya dignidad y dimensión relacional es reconocida en la Declaración Universal de los Derechos Humanos cuyo artículo 1° nos dice: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Así, la norma para la convivencia es la solidaridad que, como nos decía el Papa Juan Pablo II, “no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario es la es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos”. (SRS n. 38).

Al entender como hemos dicho la pedagogía y la solidaridad, ya podemos hacer varias consideraciones que no sólo nunca deberíamos perder de vista sino que debemos vivir continuamente y en forma creciente.

Todos tenemos que ser pedagogos en el sentido de que cada uno tiene que ser estimulador para el otro, de modo que el otro pueda actuar como sujeto libre protagonista de su propio crecimiento como persona que sólo puede tener lugar en la entrega que construye la convivencia con los demás.

Por lo tanto, esta pedagogía no es algo que ya se sabe y se domina, sino algo que siempre se está adquiriendo. Puede ser que un niño u otra persona que es considerada como ignorante sea para mí un estímulo que me haga desarrollar mis cualidades mucho más que un académico.

Quien convierte esta pedagogía en vida no esclaviza ni aplasta a nadie y a su vez él se hace cada vez más libre y liberador, como ya hemos dicho. Quien mantenga esta actitud se encontrará con muchos a quienes ayude a descubrir cualidades que él no tiene y experimentará que él, “el maestro”, tiene que aprender a reconocer que, en esa cualidad, el otro es “más que él” y que no debe aparentar tener lo que no tiene. Desde su “alteridad” con respecto a esa persona tiene que mantenerse como estímulo para que esa persona desarrolle su “identidad”. Solamente así se podrá realizar el encuentro auténtico, verdaderamente humano.

Si tenemos en cuenta que cada persona es única e irrepetible, nos daremos cuenta de que todos tenemos que ser pedagogos y aprendices al mismo tiempo dentro de la construcción de una convivencia armónica y fraterna que no deja a nadie debajo de la mesa de la convivencia.

Método “ver, juzgar y actuar”

Después de la mirada general que acabamos de hacer parece oportuno detenernos un poco en alguna forma de aplicar el método “ver, juzgar y actuar” en esta pedagogía del encuentro según venimos entendiendo el encuentro.

Aparecida constata que el método ver juzgar y actuar “nos permite articular, de modo sistemático, la perspectiva creyente de ver la realidad; la asunción de criterios que provienen de la fe y de la razón para su discernimiento y valoración con simpatía crítica; y, en consecuencia, la proyección del actuar como discípulos misioneros de Jesucristo” (A 19). Como creyentes, cada uno de los pasos del proceso los realizamos desde la fe. Tanto el ver como el juzgar y el actuar tratamos de realizarlo con los ojos de Dios, con los criterios y actitudes que nos enseñó el Señor.

Para la descripción de cada uno de los pasos del método vamos a utilizar metáforas. Dos metáforas para cada paso del proceso. Para el “VER” las metáforas serán “el monasterio” y “el observatorio”. Para el “JUZGAR” serán “la espada” y “el amanecer”. Finalmente, para el “ACTUAR” será “el sínodo” y “el parto”.

Pero antes de entrar en cada una de estas metáforas es bueno recordar que la
Iglesia ha sido hecha para ser enviada al mundo. Por esencia es misionera, enviada a la humanidad entera. Su misión es entrar, cada día y en cada lugar, en las entrañas de la humanidad, y de cada persona, para transformar toda su realidad. Se trata de la transformación del Reino. En cada situación de la vida y del caminar de la historia, Dios está presente y está llamando a todos y a cada uno para realizar su camino en Alianza con Él y con los demás. La Iglesia tiene que pronunciar ese llamado de Dios en todo momento y en cada situación de la realidad.

En consecuencia, cuando el camino de la humanidad llega a lo que se está llamando “revolución tecnológica”, la Iglesia necesita estar presente en esa misma realidad para ser fiel a su misión. No tomar conciencia de ello puede traer gravísimas consecuencias. La historia nos lo ha enseñado. En los tiempos en los que se inició la “revolución industrial”, la Iglesia no tomó conciencia de los desafíos que esa nueva realidad planteaba para la fidelidad de su misión. Se demoró mucho tiempo. Durante todo ese tiempo se construyó un mundo en el que la Iglesia estuvo ajena. Las consecuencias de este retraso fueron muy lamentables. No podemos ahora caer en lo mismo. Si la humanidad está construyendo un nuevo mundo, la Iglesia debe estar presente en el momento de esa construcción. No basta con hacer condenaciones y exorcismos después.

Con toda seguridad, sobre la misión de la Iglesia en este mundo que nace con las nuevas tecnologías, se va a reflexionar mucho y se van a escribir voluminosos libros. En este momento, sólo pretendo unir mi voz a la de aquellos que lanzan su grito de alerta. Grito que, por ningún motivo, ha de confundirse con anuncios caóticos sin solución o, por el contrario, con anuncios de encanto seductor ante el brillo de los espejismos. Se trata del grito para entrar en la realidad con actitud cristiana, sin miedo, con decisión comprometida de fidelidad a nuestra fe, que nos hace mantener viva la esperanza en la fuerza del Espíritu, capaz de transformar el mundo.

Para expresar esta “voz de alerta” referente a la actitud de la Iglesia en medio de este nuevo mundo vamos a utilizar las seis metáforas anunciadas. Con esas metáforas queremos expresar actitudes con las que debemos estimularnos mutuamente para realizar nuestra misión como discípulos del Señor, haciendo visibles sus designios.


1.- VER

El primer paso del proceso es “ver” lo que está sucediendo e, incluso lo que se ve venir. Ver la realidad del modo más objetivo posible, incluyendo, en la medida de lo posible, lo que ya se ve venir.

Pero al hablar de la realidad es absolutamente necesario no olvidar lo que dijo el Papa Benedicto XVI en el discurso inaugural de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe en Aparecida. Decía el Papa: “¿Qué es esta "realidad"? ¿Qué es lo real? ¿Son "realidad" sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de "realidad" y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. - La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. (DI.3)

Por lo tanto, para “ver la realidad” la primera metáfora que vamos a utilizar es la del Monasterio. Se trata de vivir la actitud de búsqueda de Dios que está presente en la realidad. Es el Dios Vivo que, desde la realidad, está hablando, está diciendo algo para nosotros. Es necesario estar atentos, escuchar y contemplar. Sólo el que conoce a Dios puede descubrir las semillas del Verbo existentes dentro de esa realidad, entender el sentido definitivo de todo y dar testimonio de ese Dios presente y proclamarlo.

La segunda metáfora a la que haremos referencia es a la del Observatorio. Se trata de estar muy atentos a la realidad. Lo que está pasando y lo que se ve venir. Es analizar la realidad concreta con todas las intervenciones que realiza la persona humana. Entender el corazón de la persona que se esconde detrás de esta realidad. Entender todo lo que hay de bueno y lo que hay de malo. Las causas y sus consecuencias. Es esa la realidad desde la que Dios nos habla para transformarla y vivir la Alianza con Él y con los demás.


Metáfora del Monasterio.

Es evidente que al hablar ahora de “Monasterio” no estamos insinuando que todos los fieles nos vayamos a un claustro para dedicarnos a la vida contemplativa. Pero sí estamos expresando la necesidad de tener una actitud contemplativa. Actitud necesaria para todos y que debe existir en todo momento pero que en estos momentos en los que entramos en una nueva época tiene una especial connotación y urgencia. Es necesario tener muy presente que Dios no nos ha abandonado ni nos abandonará nunca.

Con frecuencia hacemos comentarios sobre la velocidad de cambios en la actualidad. Incluso se ha advertido mucho que no se trata simplemente de una “época de cambios”, sino que es algo mucho más profundo. Se trata de un “cambio de época”. Además, nos han advertido que la velocidad de cambios se va a acelerar cada día más. Pensarlo nos produce vértigos pero es algo frente a lo cual tenemos que saber actuar; es dentro de esa velocidad donde tenemos que aprender a descubrir al Dios de la vida que nos llama en Cristo para que tengamos vida en abundancia.

Como cristianos hemos de seguir siempre los criterios que brotan de la fe. Estos criterios son fáciles de comprender, en cierto modo, en un mundo estático. Los recibimos por herencia. Van pasando de generación en generación. Desde niño uno aprende los criterios que se deben mantener en la vida para ir en seguimiento del Señor. Pero la situación se complica en la medida que el mundo deja de ser estático y entra en un dinamismo de cambio en el que los criterios de ayer ya no valen hoy. No obstante, sabemos que lo que da sentido a nuestra vida, Dios, que se nos hace visible en Cristo, no cambia. Él es el mismo ayer, hoy y siempre, que camina con nosotros, nos inspira y nos cuida.

En consecuencia, el desafío es descubrir a ese Dios que está presente en la realidad, “está a la puerta y llama” (cf. Ap. 3, 20). Se requiere mirar las realidades nuevas con los ojos de la fe, pero el problema para cada uno es que la fe la tiene inculturada y no puede juzgar la cultura nueva desde la cultura que ya está pasada, sino desde la fe. Tarea sumamente difícil. Es aquí donde se necesita una muy especial actitud contemplativa en la que nos necesitamos mutuamente como pedagogos y aprendices partiendo desde la adecuada lectura y reflexión bíblica.

Ver la cultura nueva con los moldes y paradigmas de la cultura antigua no es lo que nos corresponde como cristianos. No es esa propiamente la actitud de fe. Se necesita saber discernir eso nuevo, lo que brota, para ver todo lo que hay en ello de bueno, de verdadero, de bello..... Todo lo que hay de positivo viene de Dios y a Dios está orientado. No aceptarlo y condenarlo todo, significa no escuchar a Dios.

Dios es el mismo, pero el idioma en el que nos habla es distinto. No querer escuchar “todos los idiomas” puede llevar consigo dejar de oír “las maravillas de Dios” (cf. Hech. 2,11). Llenarse del Espíritu Santo que se nos está dando, dejarse conducir por Él, nos hace entender y hablar todos los idiomas. Pero, esto requiere ser dóciles al Dios que nos habla. Es necesario estar permanentemente buscando al Señor y escucharlo. Esta actitud contemplativa es la que nos coloca en el Monasterio de nuestra metáfora.

Estos cambios de idioma, esto es, cambio de mentalidad y de cultura, los estamos viviendo hoy día en una forma sucesivamente acelerada como hemos dicho. Esto nos desconcierta. Pero si nos fijamos podemos darnos cuenta cómo esta realidad la ha vivido la Iglesia desde el primer momento. Vemos como la Iglesia sale del Pueblo Hebreo y entra en el mundo de los Gentiles. El cambio es muy brusco. Vemos la Iglesia naciente dentro de la cultura griega y de la cultura romana, en Egipto, en Asia, en Europa. Vemos a Pablo y a los demás apóstoles pasar de un lugar a otro. Los cambios eran grandes y en cada situación saben descubrir al Dios presente y Salvador en Cristo.

Este es el especial esfuerzo contemplativo que hoy se requiere. Con el fin de lograrlo necesitamos ayudarnos mutuamente y purificar nuestra mirada con una fe creciente. El Dios que está por encima de todo, el Dios trascendente, es también el Dios que está en los más intimo de cada cosa, el Dios, inmanente que está animando la vida y la historia. Quien tenga un corazón creyente y escuche al Dios que habla no estará asustado frente a la realidad. Lleno de fe vivirá la esperanza desde el interior de la realidad descubriendo las Semillas del Verbo.


Metáfora del Observatorio

Es muy sabido que las nuevas tecnologías en el campo de la comunicación social tienen una extraordinaria importancia en lo que se refiere a la nueva cultura que se está creando. Pero la “Revolución tecnológica” incluye muchas otras tecnologías cuyos efectos no son de menor importancia. Las tecnologías de la ingeniería genética, los robots y todo lo que significa la automatización industrial, etc. etc. no podemos dejarlas a un lado. Todo ello es el mundo de las “nuevas tecnologías” con las que se está creando la nueva forma de convivencia y que está dejando a grandes sectores de la humanidad como excluidos de esa convivencia.

En la metáfora del Monasterio nos hemos referido a la escucha del Dios permanente. Pero aquí nos referimos a la actitud de compartir la vida en la realidad cambiante del hombre. La Iglesia tiene que escuchar a Dios en todo momento y, al mismo tiempo, tiene que entrar en la realidad del hombre. La Iglesia tiene que hacer visible cómo en todo momento se puede vivir la Alianza con Dios y con los hombres.

Cuando nos referíamos al monasterio, poníamos nuestra atención en las maravillas de Dios que se pueden proclamar en todos los idiomas, pero ahora fijamos la atención en esos idiomas con el fin de descubrir las capacidades que tienen para proclamar las maravillas de Dios.

Cuando hablamos ahora del mundo de las nuevas tecnologías no nos referimos simplemente al conocimiento científico-técnico de todas estas tecnologías, nos referimos fundamentalmente al conocimiento de lo que el uso de estas tecnologías está produciendo en el hombre y los nuevos paradigmas que aparecen.

Se necesita saber cuáles son las influencias de todo ese mundo de las tecnologías sobre los comportamientos de las personas, de los grupos humanos y de la humanidad entera. Los efectos de la heterogeneidad de situaciones existentes. Son miles de preguntas que podemos formular en cada uno de estos campos y sobre las que no tenemos respuestas.

Los Observatorios en sentido estricto pueden ser establecidos de muchas formas en conexión con las universidades u otras entidades o personas que realizan labor de investigación. Pero es necesario insistir que debe ser una actitud que, según sus posibilidades, debe adquirir y desarrollar cada persona fijándose en sí misma y en su entorno, prestando especial atención a lo que va en dirección de encuentro e inclusión o, por el contrario, de dispersión y exclusión.

Los creyentes y personas de buena voluntad pueden realizar una gran labor dentro del mundo al que nos referimos con la metáfora del Observatorio. De una forma especial habrán de vivir la opción por los pobres. Ellos, según lo que se ve venir, van a estar excluidos del uso de las tecnologías. Las consecuencias son difíciles de calcular en estos momentos. Pero quien busca la inclusión ya puede fijar su mirada en este mundo de los pobres y tratar de entender lo que sucede. Se necesitará mantener una permanente actitud creativa, búsqueda de formas y caminos viables para la participación de los pobres. Es un aspecto en el que la urgencia de ayudarnos a ver esta realidad se hace apremiante.


2.- JUZGAR

El segundo paso del proceso es “juzgar” con profundo discernimiento evangélico para ver todo lo que hay de bueno, verdadero y bello y distinguirlo bien de todo lo que no es así. Siendo la realidad tan compleja se ve con evidencia la necesidad de ayudarnos mutuamente para desarrollar juntos el sentido crítico que necesitamos. El diálogo que hemos de realizar para este paso nos hace vivir una verdadera y mutua actitud pedagógica, al mismo tiempo que aprendemos a complementar nuestra visión.

El “juzgar” que hemos de realizar según los criterios del Evangelio nos orienta hacia el Reino donde viviremos la comunión en plenitud por lo que lleva consigo el sentido de “inclusión”, poniendo especial atención en los “excluidos”.

Así pues, para realizar nuestro juicio hemos de poner la mirada en el rostro de Cristo. Es con esa mirada como podemos tener los criterios tanto para juzgar la realidad de los excluidos, rostros sufrientes de Cristo, como sobre su llamado a la inclusión en la convivencia fraterna con su proyección definitiva en el Reino.

Con claridad nos lo indica Aparecida: “En el rostro de Jesucristo, muerto y resucitado, maltratado por nuestros pecados y glorificado por el Padre, en ese rostro doliente y glorioso (cf. NMI 25 y 26), podemos ver, con la mirada de la fe el rostro humillado de tantos hombres y mujeres de nuestros pueblos y al mismo tiempo su vocación a la libertad de los hijos de Dios, a la plena realización de su dignidad personal y a la fraternidad entre todos. La Iglesia está al servicio de todos los seres humanos, hijos e hijas de Dios” (A 32)


Metáfora de la Espada

Al referirnos a “la espada” estamos haciendo uso de una imagen bíblica que hace referencia a la Palabra de Dios. “Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta” (Hbr. 4, 12-13).

Nuestro discernimiento ha de tener como referente clave la Palabra de Dios, no nuestro gusto o interés personal. Es espada de doble filo. No sólo para juzgar la realidad exterior, sino también la realidad interior, lo que está en lo más íntimo de nuestro corazón. Todo lo hemos de ver según la verdad como es ante los ojos de Dios, sin engañarnos.

Significa conocer la Palabra de Dios como ha sido entendida por la Iglesia a través de los siglos. Nuevamente aparece aquí la necesidad de ayudarnos, no sólo por la ayuda que nos puedan prestar los estudiosos de la Palabra de Dios, sino también por el sentir de los sencillos que se dejan conducir por el Espíritu Santo.

Las Comunidades Eclesiales de Base y otros encuentros que se realizan en torno a la Palabra de Dios son escuelas vivas donde el intercambio de unos con otros en apertura a lo que dice el Señor es una pedagogía firme para asumir los auténticos criterios para la inclusión de los excluidos.

Siempre es posible que el juicio de la comunidad caiga en error. Por eso mismo, manteniendo la docilidad al Espíritu Santo, se ha de procurar la verificación con el juicio de la Iglesia.

Son muchas las veces que cuesta decir las cosas por su nombre, pero es necesario saber utilizar bien la espada que con la fuerza de la verdad penetra no sólo la realidad palpable inmediata, sino también las causas y circunstancias que explican esa realidad.

Frente a lo que aparece de falsedad, injusticia y maldad, el juicio será de denuncia y frente a lo que se descubra como bueno, verdadero y bello el juicio será aprobación que se traducirá en anuncio. Será buena noticia, reflejo, aunque sea lejano, de la Buena Noticia del Reino.


Metáfora del Amanecer

Se trata de la luz que llega para un día nuevo. El juicio no puede quedarse en la calificación o descalificación de la realidad, es necesario mantener un juicio creativo que plantee propuestas válidas en coherencia con la justicia y el bien que nos presenta la Palabra de Dios.

Es necesario juzgar sobre las aberturas que aparecen en la realidad en dirección al Reino. El juicio que nos hace entender las semillas del Verbo y plantea sobre ellas propuestas que ayuden a germinar esas semillas y a desarrollar esos brotes.

Es necesario que junto al juicio denunciador de la realidad de injusticia y de exclusión se vea el juicio del centinela que anuncia el nuevo día, presentando propuestas con las que se pueda caminar a la transformación de las tinieblas de la noche hacia el nuevo día, de la inclusión para que todos vuelvan a ser hermanos.

Se trata de pensar creativamente las propuestas que cada persona, ya en forma personal ya grupalmente, pueda realizar en su entorno sin quedarse inmóvil ante la inmensidad y fuerza de las tinieblas. Ciertamente no hay que empeñarse por hacer lo que es imposible, pero eso no puede dar justificación para dejar de hacer lo que es posible, por poco que nos parezca.

Dios no nos pide que hagamos lo imposible, pero nos pedirá cuenta de lo que, siendo posible, hayamos dejado de hacer. Nos pedirá cuenta del amor y del empeño que hayamos puesto o hayamos dejado de poner en lo que Él nos pide, por pequeño que sea.


3.- ACTUAR

El tercer paso del proceso es “actuar”. No basta tener buenos diagnósticos y buenas propuestas que nos garanticen buenos discursos. Es necesario ponerlos en práctica. Es muy fácil decir que todos somos hermanos, pero no basta eso, es necesario vivir como hermanos.

Para el desarrollo de esta parte vamos a utilizar la metáfora del Sínodo y la metáfora del parto.

Con la metáfora del Sínodo no nos referimos al Sínodo como asamblea jurídica, sino en su sentido más amplio. Se trata del camino que todos juntos debemos descubrir y que juntos debemos recorrer. La Iglesia es un Pueblo que camina por el mundo hacia la vida plena y definitiva del Reino.

Y con la metáfora del Parto nos referimos a la vida nueva que con esfuerzo está naciendo. Pero al hablar del parto estamos haciendo referencia al “Parto de la Esclava”, teniendo bien claro que la Esclava es la inmensa porción de pobres y excluidos que existen en nuestros entornos sin formar parte de nuestra sociedad. Pero advirtiendo, además, que este Parto no es el fruto de una violación ultrajante de la Esclava, sino el fruto de un matrimonio fiel y definitivo con ella.

Los cristianos formamos la fraternidad de los discípulos que unidos seguimos a Cristo, fijándonos siempre en Él lo que nos hace vivir la opción preferencial por los pobres que está implícita en nuestra fe cristológica lo que nos lleva a actuar en el servicio permanente a los pobres.

Aparecida nos dice con toda claridad: “Si esta opción está implícita en la fe cristológica, los cristianos como discípulos y misioneros estamos llamados a contemplar en los rostros sufrientes de nuestros hermanos, el rostro de Cristo que nos llama a servirlo en ellos: “Los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo” (SD 178). Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: “Cuanto lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” (Mt 25, 40). Juan Pablo II destacó que este texto bíblico “ilumina el misterio de Cristo”(NMI 49). Porque en Cristo el grande se hizo pequeño, el fuerte se hizo frágil, el rico se hizo pobre” (A 393)


Metáfora del Sínodo.

La palabra “sínodo” viene del griego y podríamos traducirla por “concaminantes”, los que llevan un mismo camino, o el recorrido en común. Compañeros de camino. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha convocado a la celebración de asambleas especiales para buscar y señalar el camino que se ha de seguir. El sentido que la Iglesia da al término “sínodo” está expresado en el Código de Derecho Canónico (can, 342 y 460), y es siempre una asamblea convocada para buscar los caminos a seguir.

Cuando hablamos ahora de la metáfora del Sínodo, estamos haciendo referencia a la actitud de caminantes con la que tenemos que seguir al Señor en medio de la realidad concreta y a la actitud de comunión y participación propia de la fraternidad de los que siguen al Señor. Se trata, por tanto, de saber relacionarnos para seguir juntos el camino del Señor que tenemos que recorrer. Es la actitud no sólo de sentirse miembros de un mismo Pueblo en actitud de comunión y participación, sino también la de proceder con coraje como caminantes. Pueblo de Dios en marcha.

En la metáfora del Sínodo, lo que decimos es que lo expresado en las metáforas anteriores lo tenemos que realizar todos juntos, ayudándonos mutuamente, eliminando individualidades de dispersión, procurando incidir en la sociedad con sus estructuras en orden a su transformación según la dirección del Reino, centro de la plena inclusión.

Cada miembro de la Iglesia, desde el lugar donde se encuentre, tiene algo que realizar. Nadie puede suplirle y es desde su propia realidad que tiene que ser fiel al Señor que le llama.

Pero esta función de cada uno se realiza como Iglesia, dentro de un Cuerpo y para bien de todo el Cuerpo. El Cuerpo de Cristo. Es doctrina muy claramente explicada desde el principio de la Iglesia (cf. 1 Cor. 12, 12 ss). Se trata de la participación de todos los miembros en la comunión viva del mismo Cuerpo, la Iglesia.

Corresponde a la Jerarquía de la Iglesia el último discernimiento sobre la fidelidad al mensaje del Señor y su dinamismo vital. Pero esto no significa que las iniciativas para el camino a seguir tengan que provenir de la Jerarquía. Cada uno debe conocer del mejor modo posible su propia realidad, y desde esa realidad tomar las iniciativas que con la mirada de fe y la creatividad del amor deba tomar en comunión con toda la Iglesia.

La actitud de caminante lleva consigo el romper con las comodidades de la instalación. El instalado adquiere una postura estática. El cristiano y la Iglesia entera han de estar siempre en marcha.

La Iglesia, lo sabemos, mientras vive en este mundo es peregrina. Siempre tendrá la tentación de instalarse. Es fácil entusiasmarse por los espejismos que presente el mundo y caer en la tentación de transar con aparentes y falsos valores. Ya el Señor nos advirtió sobre la necesidad de vigilar y orar (Cf. Mt. 26, 41). Pero, si la Iglesia es peregrina por naturaleza, hoy día esta realidad adquiere una especial característica ante la velocidad de cambios en nuestra realidad.

Finalmente hemos de advertir que, si bien es cierto que los miembros de la Iglesia hemos de seguir nuestro camino en comunión con la Iglesia, no obstante, hemos de saber hacer alianza con todos en todo lo que tienen de verdadero y bueno. Dios actúa en todos, no solo en los que estamos dentro de la Iglesia. En el campo de las ciencias y en los demás campos de la vida se dan grandes aportes para el camino de vida que hemos de seguir. Para vivir la metáfora del Sínodo es necesario caminar con ellos según el lugar que corresponde, recogiendo sus aportes, aunque procedan de personas que no tienen fe y siempre tendremos que procurar que cada persona actúe libremente como protagonista de su propio camino.


Metáfora del Parto.

Ya hemos señalado que el Parto al que nos referimos es al Parto de la Esclava como fruto de un matrimonio veraz y definitivo con ella, no como fruto de una nueva vejatoria violación Es el matrimonio que hace libre a la esclava y la hace portadora de una vida nueva que hace visible aquello de Isaías: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notan? (Is. 43, 19).

También hemos dicho que la Esclava es la enorme porción de excluidos que forman parte de la sociedad. Son todos los que quedan debajo de la mesa de la vida y que son “explotados” y maltratados por el mismo ambiente dominante fortalecido por el poder de la economía neoliberal que estamos viviendo.

Se oyen gritos clamando por un mundo mejor con el convencimiento de que “otro mundo es posible”. Por todas partes se descubren sinceros esfuerzos de acompañamiento a los pobres no sólo respetando su protagonismo, sino estimulándolo. Es cierto que a veces hay que actuar como voz de los que no tienen voz, pero siempre hay que estar atentos para no arrebatar la voz de nadie, sino crear las condiciones para que su voz se oiga.

Fácilmente se puede apreciar que esta mirada especial a los pobres no significa desentenderse de los ricos. Todo lo contrario, se trata de una opción de universalidad. Se trata de una imperiosa llamada a los ricos y poderosos para vivir la alianza matrimonial con la esclava, con los pobres. Con igualdad de dignidad, dando libertad a la esclava.

La Iglesia, desde su nacimiento se ha sentido llamada a vivir este matrimonio con los pobres, pero también se ha dejado tentar por el poder, aunque, a través de los siglos, siempre han aparecido grandes voces y testimonios activos y vigorosos que han hecho palpable el permanente llamado a la Iglesia para vivir este matrimonio con la esclava.

La comunidad eclesial puede ayudar mucho para que se oiga la voz de los pobres que claman por su dignidad, por la verdad y por la equidad. Esto no es abandonar a los poderosos, todo lo contrario, si esto se realiza con fidelidad al Señor es hacer resonar el llamado, cariñoso pero fuerte, del Señor, recordando el deber que tienen como administradores de los bienes que fueron creados por Él como regalo para todos. Es el llamado a los poderosos para utilizar su poder como servicio para el bien común, el bien de todos y que, por lo tanto, se ha de colocar principalmente al servicio de los que no tienen bienes. Al servicio de la solidaridad auténtica y permanente.

Quien vive el matrimonio con la esclava hará visible para la opinión pública los ejemplos de ricos y poderosos que con sinceridad solidarizan con los pobres y los ejemplos de los pobres que con dignidad y verdad saben mantener su protagonismo en busca de lo que es bueno para todos. Estos ejemplos son los que hacen ver que “algo nuevo está naciendo”. Es el Parto de la Esclava.


En conclusión

Nos encontramos ante una realidad que nos plantea desafíos fascinantes.
Es vivir la misma gratuidad de Dios hacia todos. Dios es Amor y nos llama a vivir en ese Amorque nos congrega a todos con Él, cosa que se nos hace posible en Cristo cuyo Cuerpo es la Iglesia, es la Eucaristía.

Como nos dice Aparecida,

“La Eucaristía es el lugar privilegiado del encuentro del discípulo con Jesucristo. Con este Sacramento Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo...” (A 251).

El encuentro con Jesucristo no lo podemos separar del encuentro con los pobres. Nos recuerda Aparecida: “En el reconocimiento de esta presencia y cercanía, y en la defensa de los derechos de los excluidos se juega la fidelidad de la Iglesia a Jesucristo (NMI 49). El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos (Cf. NMI.25) y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos. La misma adhesión a Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino” (257).

Nuestra tarea es seguir al Señor en la comunidad fraterna de los discípulos que llaman siempre a los dispersos y excluidos a congregarse en la misma fraternidad.

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